Me pasé perdida en los vagones unas horas, en el tumulto subterráneo que sólo las ratas tienen, y también los humanos por elección, por viabilidad, por modernidad y esas cosas.
En una ciudad con veintisiete millones de almas que empujan y manosean en los innumerables breves espacios, te extrañé, me hizo falta tu amor y tu inexperiencia en estos territorios inóspitos, en estos remolinos de carne molida puesta una con la otra.
Llegué y la casa padecía de ti, de tus recuerdos, de todos los rincones gravemente, en la silla de la cena y la comida, me hiciste desayuno ésta mañana para después irte con tu amor y con el mío, que es tuyo, te fuiste, ya sé que la vida, que las prácticas sociales dictan esto y lo otro, pero nunca se cansan de dictar, y yo apenas llevo horas sin ti y ya estoy harta de sus dictámemenes interminables. Yo te quiero aquí, cerca, conmigo, al alcance de la mano, y de la pierna, de todas las noches en vela o caída como tronco sobre la tierra. Estos rostros todos iguales, me recuerdan una sola cosa, no son tú, no se parecen a ti, no estás aquí.
Hasta que una llamada me trace la ruta de vuelta a tu rostro, me verás parada en la sala de llegadas y de esperas, esperándote, sonriéndole a tu silueta que todavía no vislumbro, sonriendo estúpidamente como niña, sonriendo, contenta por esa pequeña espera, después de la espera que ha durado, la que dura una fruta en nacer y morir.
Ahora me hago obligaciones, y entretenimientos, la ropa, el calzado, la película que no he visto, mantener la casa limpia, hacer comida, despertar, dormir, pensar en ti, aunque éste último sea un lujo que me doy por haber hecho bien mis deberes. Sólo entre tú y yo.
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