sábado, 10 de abril de 2010

Despedida

Me pasé perdida en los vagones unas horas, en el tumulto subterráneo que sólo las ratas tienen, y también los humanos por elección, por viabilidad, por modernidad y esas cosas.

En una ciudad con veintisiete millones de almas que empujan y manosean en los innumerables breves espacios, te extrañé, me hizo falta tu amor y tu inexperiencia en estos territorios inóspitos, en estos remolinos de carne molida puesta una con la otra.

Llegué y la casa padecía de ti, de tus recuerdos, de todos los rincones gravemente, en la silla de la cena y la comida, me hiciste desayuno ésta mañana para después irte con tu amor y con el mío, que es tuyo, te fuiste, ya sé que la vida, que las prácticas sociales dictan esto y lo otro, pero nunca se cansan de dictar, y yo apenas llevo horas sin ti y ya estoy harta de sus dictámemenes interminables. Yo te quiero aquí, cerca, conmigo, al alcance de la mano, y de la pierna, de todas las noches en vela o caída como tronco sobre la tierra. Estos rostros todos iguales, me recuerdan una sola cosa, no son tú, no se parecen a ti, no estás aquí.

Hasta que una llamada me trace la ruta de vuelta a tu rostro, me verás parada en la sala de llegadas y de esperas, esperándote, sonriéndole a tu silueta que todavía no vislumbro, sonriendo estúpidamente como niña, sonriendo, contenta por esa pequeña espera, después de la espera que ha durado, la que dura una fruta en nacer y morir.

Ahora me hago obligaciones, y entretenimientos, la ropa, el calzado, la película que no he visto, mantener la casa limpia, hacer comida, despertar, dormir, pensar en ti, aunque éste último sea un lujo que me doy por haber hecho bien mis deberes. Sólo entre tú y yo.

jueves, 25 de marzo de 2010

El edificio

Uno se acostumbra a caminar de lado, apresurado para enfrente -cuasi arrojado-, dormir un poco inclinado, y hasta los vasos y la comida se amoldan al estilo de vida en contra de la gravedad.

Vivimos, en uno de tantos edificios inclinados, provocado por el hundimiento de la ciudad entera, originado por la leyenda que envuelve a la fundación de Tenochtitlán, la señal: un águila sobre un nopal devorando a una serpiente, escudo de la bandera del país, y razón por la que unos nómadas decidieron asentar su lugar sobre un lago. Ahora la ciudad más sobrepoblada del mundo, que no puede crecer más que hacia el cielo, pone en un pedacito de tierra peso sobre peso sobre peso. Henos aquí, caminando de un lado al otro a veces subiendo una pendiente o bajando por sobre una rampa que los años han construido.

Al éste paso, más que un edificio familiar, parecerá algo sacado de la imaginación de Lewis Carroll, y nosotros un montoncillo de personajes hechos a la medida para estos edificios, que no distamos mucho de serlo.

lunes, 22 de marzo de 2010

Me he acostumbrado

Me estoy empezando a acostumbrar al olor a pan recién horneado que inunda el edificio. Al gimnasio de enfrente que a veces me restriega su música para dar ánimos a los que asisten, y me he empezado a acostumbrar al vagabundo que duerme en el cajero automático del banco de esta cuadra y se masturba antes de dormir...

A los tacos de longaniza, a los tacos de una orden por 15 pesos, y a los condimentos extraños que usan en el lugar, donde a veces todo huele y sabe a lo mismo. Al metro y a la insensibilidad de la gente que aquí transita.

La ciudad es un enorme vorágine que consume tu tiempo bajo en calorías y consume tu cuerpo lleno de tlacoyos y quesadillas sin queso.

Ahora entiendo porque la gente tiene por lo menos un vicio, a nadie le importa si mueres o no, es tu vicio sólo tuyo de quienes comparten tu mismo vicio, mujeres, infidelidad, cigarro, cerveza, vino, drogas blandas y duras...ejercicio o comida...incluso la adolescencia es un vicio aquí, la gente se queda prendada de sus beneficios pero no de las responsabilidades de las cosas. Es tan urgente ser amado que el machismo aprovecha esa falta en la legislación de la dignidad, por eso las mujeres aguantan golpes, infidelidad, y enfermedades venéreas, todo con tal de no estar solo. Yo en cambio, me regocijo en mi soledad, en mi balcón abierto, en mis patrullas de noche que iluminan mi cuarto y en cocinar para dos y lavar mi ropa en lavadero para enanos.

Tiene sabor dentro de su insipidez, el condimento más importante es de quien se come a esta ciudad. A menos que la ciudad se lo coma primero.

martes, 9 de marzo de 2010

La partida

En el aeropuerto al abrazar a mamá no pude evitar sentirme la niñita que se pierde en el supermercado, abandonada, aunque era yo la que se iba, sollocé un momento. Es el el justo momento en que lo que uno da por hecho se borra por completo y ya no hay más porque ya no puede darse nada por hecho.

Al hacer la fila para abordar el avión, escuché vagamente las instrucciones por el altavoz y me formé, cuando me di cuenta que estaba en la fila equivoca, sólo le decía a la azafata: ¿Qué soy! ¿Qué soy?, cuando me dijo que tenía que cambiar de fila. Aunque quizá en el fondo tenía la esperanza de que realmente contestara mi pregunta. ¿Qué soy?.

Por ser mi segunda ocasión en avión, los nervios se apoderaron de mi, al momento del despegue, pero al imaginarme como una loca corriendo por el pasillo y armando un escándalo, me reí y me tranquilicé un poco...un tirón de estómago, unas manos sudadas y un corazón acelerado me dijeron que el vértigo era evidente, pero no hice caso y me puse a mirar por la ventanilla. A medida que nos alejábamos del suelo, y la ciudad y los carros y las personas perdieron su forma, y sólo se veía una planicie con montículos de cuando en cuando, no pude evitar decir en voz alta: No somos nada, y sin embargo nos empeñarnos en convencernos de que sí.

Tenía ganas de pasar entre las nubes, pensaba en eso cuando la azafata me ofeció unas galletas "Gaby" y demás líquidos refrescantes con sello y marca, es un total comercial patético me dije, cuando todo empeoró, la pantalla bajó y una tal Claudia Elizaldi nos daría las instrucciones de seguridad del avión, pero todo era una microtelenovela chafa para hacer "entretenidas" las instrucciones de seguridad, de seguro que no hacen estudio de mercado, pensé, quien esa mujer que se dice actriz y conductora, la he llegado a ver en televisión en los programas de la televisión abierta, era cómico, según esto, pero entre más chistes telenovelescos emergían mi cara de incredulidad me delataba, después vino una especie de reportajes que eran en realidad otros infomerciales, qué bajo! hasta nos venden el entretenimiento a un costo altísimo, fue cuando me olvidé de las nubes y de los comerciales y me dormí.

Anunciaron la llegada a Toluca, desperté de un salto, y cuando abrí los ojos, íbamos cruzando entre nubes, todo era una blancura total, no sabía si caía, subía, avanzaba o si iba hacia atrás, y sí, estaba en el cielo, justo en él, flotando, llegando a Toluca.

Sandra tardó un poco en llegar, uno porque venía en taxi, dos porque la central de camiones que lleva hasta DF había cambiado su localización. Al llegar por mí tomamos un taxi, estuvimos a punto de bajarnos en plena calle porque el cobro era elevado, una vez llegado al acuerdo, y necesario regateo con el taxista, tomamos el metro observatorio, cruzamos un mercado para llegar a él, con 40 kilos entre maletas y computadora y bolso, Mary llamaba, no pude contestar el teléfono, pude contestar 2 hrs después a sus mensajes, en lo que cruzamos la ciudad y llegamos al departamento, llegué bofeada, la altura, la carrera, las maletas y por supuesto, fumar. Pasé toda la tarde sola, comimos rápidamente tacos de longaniza y chuleta, me enchilé horrendamente al confundir con simple y sencillo guacamole, una salsa con aguacate. Pasé el resto de la tarde en el apartamento sola, me inventé obligaciones y barrí la cocineta, limpié el baño e hice cena vi "Volver" de Almodóvar y después de varias horas de ver "Capadocia" nos dormimos.